No soy muy amante de las películas narradas tomando como eje principal un solo escenario. Obras como Open Water o Buried así lo demuestran; hace falta una maestría directiva a la hora de narrar una serie de hechos que no está al alcance de muchos mortales, pero he de reconocer que hay cintas que han realzado que sí se pueden crear historias interesantes enfocándolo todo en un mismo lugar y sustentando todo el poder argumentantivo en el diálogo de los personajes, sin necesidad de recurrir a la diversidad de otros lugares o a la acción porque sí.
Las películas, sobre todo antes de mediados del siglo XX, se sustentaban más en el trasfondo argumentativo, en el guión, en detrimento de la fuerza visual de los fotogramas, de los efectos especiales o de distinta parafernalia que podemos ver hoy en nuestras salas de cine. Un ejemplo claro de esta cualidad, es La Soga (Rope-1948), de Alfred Hitchock, una cinta de fuertes argumentos y arraigada estructura narrativa. Ya desde un principio podemos ver qué nos enseña o de qué va a ir esta cinta de suspense, dondo dos universitarios deciden demostrar que son una raza superior, que se encuentran en un escalón por encima del de resto de mortales y la mejor manera de probarlo es asesinando a un compañero suyo, a un amigo, sin que nadie pudiera saber qué es lo que han hecho, cómo lo han hecho o apreciar detalles sobre el mismo. Pero el término de exageración y sadismo llega a límites insospechados cuando tenían planeado celebrar una fiesta en conmemoración de su "obra".
Muchos límites corrió Hitchcock a la hora de filmar esta obra maestra. En primer lugar, realizaron tomas que ocupaban el máximo de tiempo que la cámara del estudio podía grabar, en torno a los 8-9 minutos, es decir, las escenas eran bastante largas y los actores asumían dicho riesgo de manera más que loable. En segundo término, el estudio era solamente el piso de New York donde sucede todo, un solo estudio donde todo ocurría, todo sucedía en el mismo lugar, desde ese principio del asesinato a todos los tejemanejes de los dos asesinos y de las pesquisas del abrumador James Stewart. Y por último, fue la primera película de Hitchcok donde utilizó el color.
Pero creo que lo más importante, además de esa ideología que trata el director sobre lo de la raza superior, es la analogía con la película que años después, sería una de las más grandes obras maestras que ha dado el mundo del celuloide, La Ventana Indiscreta (Rear Window-1954). Al igual que en dicho largometraje, James Stewart en La Soga, interpretando a Rupert Cadell, un inquieto e inteligente editor, realiza preguntas quisquillosas, pesquisas maravillosas y examina los nerviosismos de esos dos asesinos, viendo sus actuaciones y la manera de comportarse ante algunas situaciones más que comprometidas. Pienso que el paralelismo con la película del 54 es muy obvia, pues dicho protagonista (L. B. Jeffries) indaga de la misma manera, a su vecino de enfrente, realizando otro ejercicio distinto, pero no deja ser en esencia lo mismo. Tiene algunas lagunas como por ejemplo, el principio de la película, en los primeros minutos... Si tenían las ventanas echadas, todo estaba oscuro, el asesinado ¿cómo es que no se dio cuenta siendo de día, las ventanas estaban echadas y todo estaba oscuro? ¿Qué es lo que hacen tres tíos metidos en una habitación oscura siendo de día? Eso no se explica bien y es muy poco creíble, pero es un fallo asumible, es una trampa que se le permite al director por todo su compendio final, por el regusto tan exquisito que deja el visionado de La Soga.
Película obligada para todo amante del cine, de Hitchcock, del suspense, del thriller, en fin... para todo amante de lo bueno, de lo auténtico y verdadero, para todo amante de lo narrativo en detrimento de la parafernalia ostentosa y aparatosa, de eso huye La Soga.
Otra de las películas narradas en un solo lugar es la de Sidney Lumet. Hizo un grandísimo trabajo allá por el año 1957 con Doce hombres sin piedad. Una fantástica visión compasiva y meditada sobre la labor de dar un determinado veredicto. Ejerce un estudio pormenorizado de cada una de las fases por las cuales un ser humano puede racionalizar sus pensamientos y cambiarlos según van apareciendo distintas posturas. Realmente realiza una obra de temática jurídica bastante fresca y que no decae durante todo el visionado del clásico con un elenco de personajes muy dispares, con filosofías encontradas y posturas aún más exacerbadas que van aumentando exponencialmente a la par que la película. Henry Fonda, excelso en cada una de sus apreciaciones y diretes con el resto de personajes, con esa mirada tan característica donde sobran las palabras, con una puesta en escena fantástica y con un caso como trasfondo bastante interesante y que se va aclarando conforme pasan los minutos, intenta convencer al resto del jurado sobre su “duda más que razonable” acerca del problema que se plantea. Aquí, desde un inicio, no conocemos cómo es el caso, qué ha sucedido, sino que a través de esos 12 hombres, nos van narrando de manera increíble, con sus particularidades y sus fobias, todo lo acontecido en un momento pasado y no se vale de astucias ni trampas para ello, tan solo la maestría que un hombre pueda desempeñar a la hora de narrar algo. Maravilloso.
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